Raices que nos conectan

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En Bogotá el patrimonio se manifiesta en lo evidente y en lo inesperado. Puede aparecer en un hallazgo arqueológico bajo el asfalto, en la memoria campesina que persiste en los bordes rurales o en el recuerdo de una película que transformó nuestra manera de ver la ciudad. Cada una de estas raíces enlaza tiempos, generaciones y territorios en un mismo presente.

Algunas raíces se reconocen con facilidad. Están en los monumentos, en las iglesias, en los parques históricos y en las plazas que nos acompañan desde hace siglos. Otras emergen en gestos más cotidianos: la esquina de un café, el juego en la calle, el dibujo que devuelve un edificio al papel. Allí el patrimonio deja de ser herencia distante y se convierte en parte de la vida diaria.

Bogotá también guarda raíces que llegan de distintos caminos. Comunidades indígenas y afrodescendientes, expresiones campesinas y migraciones de múltiples lugares han tejido oficios, músicas y maneras de habitar que hoy forman parte de la ciudad. No son capas aisladas, más bien cruces que enriquecen la trama urbana y la hacen más diversa.

Hay raíces que se mueven. Se trazan en las rodadas de mujeres que cartografían la ciudad en bicicleta, en los recorridos que revelan la vida de jardines y alamedas, en las imágenes que convirtieron calles y teatros en escenarios de memoria fílmica. También aparecen en narraciones colectivas, en metodologías de ciencia participativa y en lenguajes digitales donde nuevas generaciones ya están dejando las huellas de un patrimonio en formación.

Y están las raíces que anuncian el patrimonio del futuro. Lo encontramos en el juego de la niñez que convierte la ciudad en escenario de descubrimiento, en los dibujos que reinterpretan monumentos, en los relatos comunitarios que amplían las memorias reconocidas. Esas prácticas de hoy son semillas que mañana también serán patrimonio, huellas vivas de cómo nos relacionamos con la ciudad.

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